miércoles, 4 de enero de 2012

1.Ignis


Ignis era una chica de dieciséis años, con el pelo castaño oscuro y los ojos color miel. Era muy soñadora y la encantaba imaginar que era un personaje de las historias de fantasía que leía.

Era irlandesa aunque vivía en Madrid, a su madre la habían trasladado a España por trabajo cuando ella tenía siete años. Su padre había fallecido en un incendio justo el día en que ella nació, cuando estaba de servicio en el cuerpo de bomberos. A ella la hubiese gustado conocerle pero tampoco le echaba de menos, simplemente por la razón de que no sabía como era, físicamente sí, porque lo había visto en fotos pero personalmente no. Y no encontraba un explicación lógica para echar de menos a una persona desconocida.

Un día cuando volvía a casa del instituto notó que alguien la observaba, le pareció extraño ya que en la calle en la que se encontraba en ese momento no había nadie.
Decidió ignorar esa sensación y pensó que sería una imaginación suya. Pero oyó un ruido extraño detrás de unos árboles y volvió a percibir que alguien la acechaba. Pensó en dos opciones, la primera era plantar cara a la persona que la observaba y la segunda correr hasta su casa  sin detenerse y no meterse en problemas.
La verdad es que la primera idea no era tan descabellada como parecía ya que Ignis sabía karate y esgrima, y se defendía bastante bien. Siempre la había encantado la lucha ya fuese con espadas o con los puños y cuando peleaba sentía como si estuviese en una de las historias que leía y fuese una guerrera que luchaba contra el mal.
Además en su opinión la segunda opción era de cobardes y esa era una de las cosas que Ignis no era.

Dejó de caminar y muy segura de lo que hacía s e giró hacia el lugar de donde procedía aquel extraño ruido y gritó:
-          ¡ Tú, sal de ahí si te atreves y muéstrame la cara!.
No obtuvo respuesta. Se sintió tonta por gritar a personas inexistentes o eso pensaba ella, pero al menos esa sensación de sentirse observada había desaparecido.

Al llegar a casa dejó la mochila en el recibidor, saludó a su madre y se puso a comer. Tenía que comer rápido porque solo la quedaban 20 minutos para ir a su clase de esgrima.
Cuando terminó de comer, se preparó la equipación de esgrima y salió corriendo de su casa para no llegar tarde.
Llegó a clase justo a tiempo. No la gustaba llegar tarde y mucho menos que los demás llegasen con retraso, por eso  siempre solía llegar pronto a los sitios.
Se puso la equipación y  entro en la sala de entrenamiento.

Ignis siempre había practicado la modalidad con sable pero desde hacía ya tres años practicaba la de espada, y se la daba bastante mejor.
Ese día no la explicarían una lección, porque haría combates con sus compañeros en una especie de campeonato para según el entrenador, ir cogiendo soltura a la hora de luchar en los campeonatos de importantes.
Como siempre, Ignis quedó la primera y como de costumbre despertó envidia en sus compañeros que la empezaron a mirar de reojo.

Ella nunca daba importancia a esas miradas, simplemente porque los compañeros que tenía en la clase de esgrima no eran sus amigos, la daba igual lo que pensasen o dijesen de ella, lo verdaderamente importante para ella en esas clases era aprender a luchar con la espada como las guerreras de sus libros.

Cuando regresó a su casa se duchó, cenó y decidió ir a leer un rato al balcón de su casa.
Ya se acercaba el verano y en la calle corría un viento suave y agradable, y a ella la gustaba leer allí porque tenía vistas al Parque del Retiro.
Estaba leyendo un libro que la había regalado su madre por reyes y que no podía parar de leer. Siempre acababa a las tantas de la mañana y al día siguiente la costaba mucho levantarse.
El libro se llamaba “Memorias de Idhun “y trataba de un mundo llamado Idhun y de las aventuras de Victoria y Jack, dos chicos que luchaban contra el mal de ese mundo. También contaba como Victoria se enamora de dos chicos.
Ignis siempre se repetía a si misma que nunca se enamoraría de dos chicos, porque era una chica muy segura y siempre sabia lo que quería y debía hacer.

Cuando decidió dejar de leer se dio cuenta de que eran las tres de la mañana y que llevaba cuatro horas leyendo. Pensó que debía acostarse porque ya era muy tarde y al día siguiente tenía instituto.


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